Domingo, 6 de Enero de 2008
El régimen de derecho de propiedad intelectual definido por Estados Unidos actúa como una barrera para la difusión del conocimiento y de la innovación.
Por Natalia Aruguete
Después de años, el investigador francés Benjamín Coriat pasó de su estudio sobre el taylorismo y el fordismo al análisis de otro proceso de producción: las patentes. Invitado por la Embajada de Francia y el Ceil-Piette, Coriat estuvo en Buenos Aires y dialogó con Cash sobre el nuevo régimen de los derechos de propiedad intelectual impulsado por Estados Unidos y sus efectos sobre el avance de la innovación científica.
¿Cómo caracterizaría el nuevo régimen de derecho de propiedad intelectual?
–Tiene una extensión muy significativa que determina lo que puede ser patentado y lo que no. La visión tradicional establecía una frontera para lo que pertenecía a la investigación básica. Los descubrimientos científicos no patentables tenían una base común de conocimiento y favorecían la innovación.
¿Qué consecuencias trajo la nueva situación en el plano de la innovación?
–Estados Unidos abrió la posibilidad de patentar conocimiento básico como, por ejemplo, un gen humano. Creó una dificultad muy seria que los analistas describen como el paradigma de lo “anticomún”. No existe una base común de conocimiento básico compartido que favorezca la innovación. A partir del patentamiento de cada pedazo de conocimiento sobre el funcionamiento del gen humano, éste termina teniendo veinte, treinta patentes diferentes, porque cada secuencia es patentada. Todo eso pertenece a empresas privadas. El investigador, si quiere innovar, debe comprar cada pedazo de conocimiento y muchas veces no lo consigue.
¿En qué otros sectores se da esta situación?
–En el software y los algoritmos matemáticos. En el pasado, se podía patentar un software con clara aplicación industrial. La idea de una patente era la de proteger una inversión técnica. El nuevo régimen patenta conocimiento básico antes de llegar a la instancia técnica. Es posible patentar algoritmos matemáticos usados para hacer software. Así, se paga más caro por un conocimiento genérico.
¿Cuáles fueron las causas de que Estados Unidos impulsara este nuevo régimen de derecho de propiedad intelectual?
–En la década del ’80, los japoneses, europeos y coreanos estaban captando porciones del mercado interno estadounidense. A partir de eso, hubo una reflexión sobre cómo recuperar la competitividad y se llegó a la idea de que en las ramas de las actividades tradicionales la batalla estaba perdida. Pero en las ramas emergentes, de tecnología y software, no. Estados Unidos tiene un claro avance en términos de innovación y aporta la mitad del gasto mundial en investigación. Entonces elaboraron la estrategia de patentar una innovación por firmas norteamericanas para que no saliera de Estados Unidos. Es una manera de introducir una barrera legal contra la competencia. De esa forma, cerraron la entrada al conocimiento básico que permitiera la innovación técnica. Y funcionó. Hoy, las ventajas relativas de Estados Unidos están en estos campos: biotecnología, informática y tecnología de la información.
¿Por qué funcionó?
–Porque no se trata de que tengan una capacidad tecnológica superior sino que son productos protegidos que se desenvuelven en un mundo entero sin posibilidades de que se les haga competencia. El caso extremo es el de Microsoft. Todos saben que el software de Microsoft está mal hecho, tiene fallas, está abierto a los virus de todo el mundo. Pero como está patentado no se puede mejorar, porque no se tiene acceso. Eso no es capacidad técnica, es la magia de las patentes. Porque si hubiera libre competencia, se acabaría con Microsoft rápidamente.
¿Cómo repercute este nuevo funcionamiento en la relación Norte-Sur?
–Complica dichas relaciones. Antes la ley establecía que los países del Sur tenían derecho de elegir el tipo de ley de propiedad y adaptarlo al nivel de innovación. Podían copiar las normas del Norte en relación con lo que debía ser patentado. Hoy, en el campo de los medicamentos, por ejemplo, la mayoría de los países del Sur no está autorizado al patentamiento de moléculas terapéuticas. Si pudieran copiarlas, estarían en condiciones de producirlas a bajo costo y distribuirlas al pueblo. Es la única manera de asegurar un mínimo de acceso a la salud. El nuevo régimen, a partir de 1994, introdujo complicaciones en el campo de medicamentos.
¿Por qué?
–Porque se perdió la posibilidad de producir genéricos. Una situación trágica y ridícula. Una terapia patentada cuesta 14 mil dólares por persona/año. Genéricos de la misma terapia cuestan 140 dólares. Pero por la obligación de patentar los medicamentos, varios países, incluso Argentina y Brasil, perdieron esa posibilidad. Esta nueva norma, que ya es muy discutida en los países ricos, instalada en el sur es ridícula.
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